My Funny Valentine
Viernes por la tarde/noche. Tras un par de cervezas me dejo caer en el sillón que hay frente a la ventana, y observo relajadamente como el día va dejando paso a la noche, como la última tanda de coches abandona Madrid en busca de la playa, y como se van encendiendo las luces en las ventanas de aquellos edificios, a lo lejos tras el cinturón de la M-30. Está sonando la trompeta de Chet Baker, creando una melodia que casi se podría acariciar con la mano, y de pronto deja paso a su voz castigada por las drogas. Es My Funny Valentine, la versión del disco Silence que grabara junto a Billy Higgins y Charlie Haden.
Si se escucha la versión de este tema, cantado y sin trompeta, por Baker, y a continuación la que comento, grabada años despues, se da cuenta uno de que la vida le había pasado por encima al trompetista. La primera canción es romántica, suave, lenta. La voz hipnótica y susurrante de Chet Baker es el hilo conductor de la música, a la que se van añadiendo un contrabajo, un piano y finalmente una batería, se diría que tímidamente y pidiendo permiso.
La segunda, empieza de otra forma. No parece un ejercicio de introspección como la primera. En la primera Chet no llegaba a tocar la trompeta, pero aquí le dan paso el piano y la batería, que entran con un ritmo diferente, más rápido y agresivo. Más ritmico.
Luego canta Chet, y la verdad, parece otro. Ya no es el joven de antes y, de alguna forma, las drogas están presentes en la canción. Su adicción a la heroína le costó cara, le partieron la boca en una pelea relacionada con ese asunto y cuando digo que le partieron la boca me refiero a que no le dejaron un diente sano. Tuvo que modificar la boquilla de su trompeta para poder seguir tocando. Cecea, el romanticismo ha dejado paso a otro tipo de sentimiento, quizá el dolor. El músico que reconoció haber tomado tanta droga como para matar a un cuarto de millón de personas normales es capaz, todavía, de crear magia.