jueves, febrero 24, 2005

Lecturas (3): Te ví a cortá la cabesa, hijodeputah!

No hay nada más salvaje que meterse un kilo de centollos vivos rociados con ácido de batería en los calzoncillos. Posiblemente. Pero Charles Dickens, en Historia De Dos Ciudades es capaz de pintar en pocos trazos situaciones que poco o nada tendrían que envidiar a las sensaciones producidas por un atenazamiento de la genitalia. Me refiero a la Revolución Francesa. Un momento y una situación históricos, de absoluta liberación social, que se saldó con hectolitros de sangre, con accesos de barbarie colectiva y con la invención de un aparatito al que se llegó a amar con fervor platónico: madame guillotina.
En una ventana que abarca esta época, desde los últimos momentos en que la realeza francesa pisa aún los cuellos de sus súbditos con verdadero desprecio, hasta el inicio de la tormenta que barre del país y del mundo a mucha de esta gente (y a mucha gente que no tiene nada que ver también), es donde se ambienta esta historia. A caballo entre París y Londres, entre la miseria y el triunfo de los pobres, y la aparente paz y tranquilidad del país más “civilizado” del momento.
No hay nada como el trasfondo, me reitero. La trama, aunque tiene trazas de novela de aventuras (de hecho puede ser considerada así) ahora que ha pasado algún tiempo desde que terminé el libro, me deja la sensación de haber sido un poco ingenua incluso para la época en la que fue escrita. Los distintos capítulos parecen no tener que ver entre sí (al principio), para ir mezclándose poco a poco a medida que se va acercando el final, hasta acabar completamente entretejidos en una sola trama, pero aún así es posible prever hechos futuros desde muy pronto. Quizá Dickens escribiera de esta forma porque no le importaba que el lector fuera capaz de adelantarse a su trama, con tal de poder disfrutar más vividamente de las descripciones de los lugares, de la gente, de las condiciones de vida. Utiliza un lenguaje muy gráfico, que consigue que apartes los ojos del papel en determinados momentos, debido a la crudeza que retrata, o a la imaginación que despierta. Precisamente, fue el lenguaje utilizado en un extracto de la contraportada el más importante de los motivos que me impulsaron a leer este libro: “Las carretas de la muerte avanzan con estrépito, chirriantes y siniestras, por las calles de París. Seis son las que hoy acarrean su ración de vino a la guillotina”. Si hay alguien que no encuentre sugerente este párrafo, deberían forrarle el ano con pladur.
Como ya he dicho, las descripciones son geniales. Y no deja de sorprender que, aunque la historia termina arremolinándose en torno a dos personas, son éstas las que más difusas parecen, como si fueran espectadores de sí mismos, descritos casi de forma arquetípica. El resto del elenco está perfectamente definido, su forma de pensar, sus gestos, su personalidad. Son los secundarios los que dan verdadera vida y hacen avanzar la historia.
Este libro es cojonudo, no se me ocurre forma mejor de definirlo.

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domingo, febrero 06, 2005

Lecturas (2)

Hoy dos libros, de esos que te los lees en un soplido:
La isla del tesoro, de Stevenson.
Todos a la calle, de Michael Moore.

El primero es demasiado archiconocido como para ponerme a decir nada sobre él. Pero claro, es uno de esos libros que servidor no se había leído porque había visto la hueva de versiones cinematográficas distintas, incluída esa de animación en la que el prota era un gato. Y lo malo de eso es que uno dice luego... "pa qué me voy a leer el libro, si ya sé lo que pasa, y he visto peliculas mil?"
Pos mal hechooooo. El libro es una joya, que se bebe más que se lee. Y cuando termina, dices. "¿ya?" Coño quiero más. Qué bueno, joder.

Y tengo ganas de escribir algo sobre Stevenson, que su vida es interesante. Otro día.

El otro libro: Todos a la calle, es del gordo demagogo de Michael Moore, y es válido sólo para pasar el rato. No es que me interese mucho el estado del empleo en EEUU, pero la verdad es que Moore le saca chispa a casi todo, y tiene una capacidad de ironizar que raya en el delirio. Es casi una colección de artículos sin mucha relación, casi todos con muy mala leche. Especial mención al capítulo "OJ es inocente", y al capitulo posterior "OJ es culpable". O al experimente que hizo para comprobar qué clase de donaciones aceptaban los políticos en sus campañas. Creó sociedades ficticias a tal efecto, y mandó cheques. Comprobó con estupor como los políticos aceptaban dinero de asociaciones tales como adoradores de Satán o clubes de fans de asesinos en serie. La pela es la pela.

Bueno, un poco descafeinadas estas reseñas, pero no había mucho para arañar. El próximo comentario sobre libros será un poco más elaborado, porque merece la pena: Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.

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martes, febrero 01, 2005

Lecturas (1)

[Estreno sección para ir comentando lo último que voy consumiendo como lector. Son opiniones mías, no críticas de ningún estilo. Posiblemente sólo aparezcan aquí los libros que me gusten, a no ser que lea alguna mierda exageradamente horrenda, en cuyo caso la anunciaré a tutiplén. Si alguien se siente ofendido porque no alabo en demasía las virtudes de su libro de cabecera "Gordy, el unicornio mágico", que proceda a golpearse la cabeza con la machota.]

La forja de un rebelde, de Arturo Barea.
Trilogía autobiográfica. No está nada mal para empezar el año, siendo un libro bastante largo que no se me ha hecho pesado en ningún momento.
Empieza la historia con las vivencias que el autor tiene en su infancia, en el Madrid de principios del siglo pasado. Esta primera parte se titula "La forja". Al margen de que todo lo que se cuenta es, como ya he dicho, autobiográfico, lo que verdaderamente llama la atención es el retrato costumbrista que hace de la sociedad, sin artificios ni frases rimbombantes, y con una eficacia increíble, casi con el lenguaje de la edad que tenía entonces. Han pasado 100 años, pero gracias a sus descripciones, he sido capaz de reconocer lugares, esquinas, y puede que gentes, que todavía existen en la ciudad de hoy día. Posiblemente esta primera parte es la que más bonita me ha parecido de las tres. Sobre todo, una cosa que me ha encantado, es la descripción de las tensiones políticas y la realidad social del momento, algo que este libro te enseña mejor que una enciclopedia de historia.
La segunda parte tiene un cambio de estilo notable. En "La ruta", Barea ya no es un chaval. Está combatiendo en la guerra de Marruecos, y está viendo cosas que le marcarán toda su vida. Describe un ambiente militar totalmente corrupto, una falta de ética impresionante en los generales que envían a morir a la carne de cañón formada por los jovenes de los pueblos, y unas batallas horripilantes en las que la gloria no se asoma por ningún lado. Menciona especialmente el desastre de Annual y el del asedio de Melilla, trágicos hechos que se le grabaron en la memoria y que regirían su forma de ver el mundo. Interesantes las apariciones de personajes que después tendrían gran relevancia en la historia, o que la estaban teniendo en aquel momento. Millán-Astray, Sanjurjo, Franco... una panda de impresentables a quienes Barea no se molesta en juzgar, tan solo deja hablar a sus actos.
La tercera y última parte, "La llama", es la que comprende la guerra civil, y más concretamente el terrible asedio a Madrid. Al ser la parte de la historia de España que tengo más aprendida, he encontrado esta parte menos reveladora que las otras. Pero sin embargo, arroja una visión de la guerra que no tenía: la de fuera de las trincheras. Barea acabó teniendo una labor importante en el seno del aparato del gobierno republicano, siendo censor de las informaciones que los corresponsales extranjeros enviaban a sus países. De nuevo cambia el estilo de la escritura, siendo ésta la parte más sombría, más pesimista, que arroja menos esperanzas. Critica la estúpida lucha entre ideales políticos de la izquierda, uno de los mayores problemas de los republicanos; el desentendimiento de algunas zonas de la retaguardia; los crimenes en los dos bandos; pero todo lo hace desde el hastío, cuando ve que sus esfuerzos no tienen reflejo.

Este libro debería ser más conocido, y su autor tambien. Tras la guerra se exilió en Inglaterra y murió en los años cincuenta, habiendo publicado varios libros. Tuvo bastante más fama en el extranjero que en su propio país. No en vano, esta trilogía fue prohibida en España hasta el año 78, por razones obvias.

Es un tochaco, pero le doy un 8.

Más info:
Arturo Barea

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Rincon Del Visitante (2)


Nombre: Iván Martos Godino.
Edad: 17 años.
Ocupación: Saco de boxeo de su insti.
Aficiones: Realizarse como persona mediante la elaboración de peinados con afán mongolizante.
Special Moves: Guiño Del Tigre (adelante, abajo-adelante, abajo + patada media)
Arqueo De Cejas Del Dragón (adelante, atrás, adelante + puñetazo)
Opinión: "Desde que entro a este blog, mis compañeros de clase me escupen en el bocata"

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Cuentos Infantiles vol. 3

[Posiblemente el más enfermizo de los que van hasta ahora. Avisados estais]

Sus padres habían salido dejándoles solos por un instante. María cogió su muñeca y la desvistió. Su cuerpo era de plástico, estaba vacío, y tenía un brillo que María achacaba a la ausencia de vida. Su muñeca, claro está, no estaba viva.
Acarició los cabellos con aire ausente, paseando sus deditos a través de las hebras de fibra de color amarillo, tarareando una nana que sabía huera de significado. A sus seis años, sabía que estaba engañándose con ese ritual falso. Aquello que sostenía en sus manos no era nada. Le faltaba el calor, el tacto, el palpitar de un ser humano. No podía seguir gastando su tiempo en un objeto inanimado. Pero si tuviera alguna forma de insuflarle vida a su muñeca, la cosa cambiaría. Sólo tenía que rellenar su interior con aquello que se guardaba el interior de las personas, fuera lo que fuera. Coger lo que había en un recipiente e introducirlo en otro. No parecía muy dificil, pero no sabía por donde empezar.
Un gemido infantil llegó desde la habitación de al lado. Su hermano Christian se movía inquieto en su cuna.
María, dispuesta a abrirse a un nuevo camino de descubrimientos, agarró su muñeca y unas tijeras y entró en la habitación.


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