viernes, abril 22, 2005

Ahora eres un hombre (4)

Avanzaba renqueante a través del desierto. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba en aquel lugar – mi reloj se había parado en las 5:36, posiblemente cuando esperaba en la parada – pero calculaba que eran demasiadas como para que el sol siguiera azotándome desde lo alto sin variar de posición lo más mínimo. Más de una vez desde entonces me arrepentí de haber abandonado aquel destartalado campamento de politoxicómanos, aquellos gatos gordos, y la seguridad absurda de que al menos no estaba sólo, como ahora, en medio de la nada. A mi alrededor el paisaje había ido cambiando gradualmente, desde un páramo reseco azotado por el viento, a un suelo arenoso que formaba dunas de altura creciente. El calor era espantoso, ya no soplaba el viento, y cada paso que daba me costaba más esfuerzo que el anterior. La idea peregrina y aventurada de que me encontraba en un lugar extraño que posiblemente no figurara en los mapas había empezado a perseguirme de forma punzante, tiempo atrás, pero a estas alturas ya se había asentado con total comodidad en aquellas partes de mi cabeza que aún no estaban anegadas por el sudor. Curiosamente, no tuve ninguna crisis de ansiedad, ni me venció el nerviosismo. Todo era tan sumamente increíble que parecía estar sucediéndole a algún otro.
Por desgracia, la sensación de agotamiento y aquellas agujas de punto que tenía clavadas en el costado me constaba que eran mías. Por cierto, ¿hacia donde estaba caminando?
Subí a una de las dunas con gran dificultad, y tras tomar aire, miré a mi alrededor. Estaba en el centro mismo del desierto.

Intermedio:
El gato se estiró sobre el sofá, dio tres vueltas sobre sí mismo, y se tumbó con la panza hacia arriba, y el hombre con pintas de militar retirado, aceptó la invitación que se le ofrecía y le acarició con una de sus enormes manos. Marcó una de las páginas y cerró el libro, luego dijo, con su voz grave:
“Pronto, muy pronto ella le encontrará”
Y entonces, resonó en la habitación una risa que no pudo reprimir.
Fin del intermedio.

No se me iba de la cabeza una canción de los Doors. Andaba maquinalmente, sin pensar hacia dónde iba, en lo que hacía, o donde estaba, solo tarareando en mi mente aquella monótona melodía. Ya no sentía fatiga, no era consciente de mis brazos, piernas, estómago, cabeza… era como si hubiese trascendido mi cuerpo, y ahora sólo fuese un espíritu que erraba por entre aquellas montañas de arena y polvo, deslizándome lentamente.
This is the end…
My only friend, the end…
No sabría decir cuánto tiempo pasó. Seguí andando, bajo aquel sol que no tenía ni idea de lo que era ponerse y dejar paso a la luna. Fijado encima de mi, me dio por pensar que no era un sol de verdad, que lo que estaba pisando no era un desierto de verdad, y que ni yo mismo me podía considerar una persona de verdad. Un pensamiento que levitaba sin rumbo. Un pedazo de seda, frágil, casi transparente, mecido por una brisa que tampoco existía. Caí al suelo una vez, y me levanté, con la arena pegada por todo el cuerpo. Dí otros dos pasos, volví a caer, con la canción a punto de morir en mis labios y la consciencia preparándose para saltar de mi mente.
Father?
Yes, son
I want to kill you
Mother?
I want to…

(continuará)

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jueves, abril 07, 2005

Lecturas 4: Droga Dura.

Hoy toca Ulises de James Joyce.
Muy bonito. Le doy un 8.
Fin.
...
¿No cuela?
Bueno. A ver cómo lo digo...
Ulises, al contrario de lo que me pudo parecer antes de empezar a leerlo, tiene muy poco que ver con la Odisea de Homero. Existe una relación, claro. Cada capítulo está ligado a un pasaje de dicho mito, pero en la mayoría de las ocasiones es una relación muy debil y a veces cogida por los pelos. Ulises es, ante todo, una simple historia, que gira en torno a un día en la vida de Leopold Bloom, un hombre maduro de ascendencia judia en la Irlanda de principios del siglo pasado;pero la simplicidad del fondo no tiene nada que ver con la forma: la narración está adornada de detalles, llena de referencias inencontrables, de pasajes oscuros, de parrafos enteros que tienen pinta de morralla pero no lo son. Porque una de las cosas que deben quedar claras en este libro es que nada tiene desperdicio, y que cada palabra tiene su significado en la historia, ya sea como leit motif recurrente, como mecanismo para el conocimiento del personaje y de su contexto, o como ida de olla puntual del autor. A lo mejor estoy resultando un tanto pedante, pero joder, estoy hablando del puto Ulises de Joyce, no de Teo Viaja En Bici.Es un libro que no tiene sólo una lectura. Podemos coger el camino más fácil y leerlo como una novela -atípica, eso sí-, sin detenernos dos veces en los párrafos más ambiguos o extraños que nada tienen que decir sobre la historia principal, desligándonos de todos los artificios y ciñéndonos al esqueleto de la trama. Pero podemos, por el contrario, dedicarnos a leer cada página con lentitud, asimilandola en cada uno de sus detalles, volviendo si es necesario a releer páginas de capítulos anteriores y captando las sutilezas, los dobles sentidos y los guiños que no sean demasiado inaccesibles. De esta forma es como se puede entender la grandeza de lo que tenemos entre las manos, se le saca muchísimo más jugo al libro, y al contrario de lo que pueda parecer, se le acaba tomando la medida y termina siendo más ameno. Desde luego, lo que no debe existir es una lectura del libro 100% comprensiva, porque el gran número de referencias, la mayoría de las veces ambiguas y desconocidas, reduce muchísimo la posibilidad de deducir qué está diciendo el autor en cada momento, o al menos, por qué lo dice, siendo éste un trabajo que ya les debía costar lo suyo a los contemporáneos de Joyce, muchísimo más al lector de hoy día.
Vale, pero... ¿De qué carajo va el puñetero libro?
Ya lo he dicho antes. Es un día en la vida de Leopold Bloom/Ulises. Bloom, casado con una conocida cantante que le pone los cuernos, se dedica a sus quehaceres cotidianos. Asistimos a su desayuno, a sus encuentros fortuitos en la calle, a su empleo en el periódico, incluso le acompañamos en el funeral de un amigo. Sin embargo, Bloom no es el protagonista, tan solo el testigo de todo lo que va pasando a su alrededor. Hay capítulos en los que aparece solo durante un breve instante, mientras el tema principal gira en torno a una charla sobre Shakespeare en la biblioteca, o sobre la independencia de Irlanda en un bar. Es el personaje omnipresente, si obviamos unicamente los tres primeros capítulos del libro, que narra las primeras horas del alba de Stephen Dedalus/Telémaco, personaje con el que Bloom establece un importante vínculo.La historia de este libro no es nada convencional, aunque no es lo más importante ni de lejos. Lo que verdaderamente acojona es la forma de contarlo. Y es que Joyce experimenta en cada capítulo, juega con las estructuras, con la forma de las palabras, se mea y se caga en las convenciones, pero lo hace con un estilo tan elaborado y cuidadoso, que dan ganas de exhumar su esqueleto y darle un abrazo. Esta complejidad narrativa cautiva desde el principio mismo, cuando uno comprende que está ante un libro que debe leer alerta y con los cinco sentidos. El uso de la palabra interior, descubrimiento impresionante (aunque Joyce reconociera que no era suyo), es uno de los motores principales de la narrativa, consistente en plasmar en palabras todos y cada uno de los caoticos pensamientos, recuerdos y anhelos que van surgiendo en la mente de los protagonistas, pero no el único. Las visiones, las alucinaciones, los flashbacks... Se pasa de la realidad a la surrealidad en menos de un párrafo, es brutal.
Cada capítulo está situado en una franja horaria, está relacionado con un arte, está escrito en un estilo distinto, tiene una referencia homérica, está ligado a un órgano y tiene un color que lo representa. Esta complejidad no debería ser tomada muy en cuenta por el lector primerizo, que es lo que soy yo al fin y al cabo, pero hay veces en las que es curioso seguir este esquema para comprender algunas situaciones y conceptos. De hecho, al final de la edición que he leído, viene un esquema con toda esa información, esquema que Joyce no estuvo de acuerdo en publicar.
Y termino que me está saliendo un ladrillo considerable. Aunqeu al principio le haya puesto un 8, creo que es de esos libros que gana puntos con segundas o terceras lecturas. Puede que la próxima vez que me de por leerlo, le otorgue un 9, quién sabe. Este libro, aunque no es recomendable para todos los públicos, es para saborearlo más que para leerlo. Un libro de cabecera. Quiero una guinness ahora, coño.

Nota: Traía más libros para reseñar, pero como no quiero que este blog se polarice tanto en el tema "Lecturas", creo que por mi parte me dedicaré tan solo a comentar un libro cada mes, dando una puntuación sin explicaciones al resto:
- The Invisible Man, H. G. Wells (7'5)
- Merlin, Stephen R. Lawhead (7)
- Arturo, Stephen R. Lawhead (6'5)
- Brujas De Viaje, Terry Pratchett (6)

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sábado, abril 02, 2005

Despedida tardía como hoy


Se ha ido al futuro Joaquín Luqui (1948 - 2005)

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