Ahora eres un hombre (4)
Avanzaba renqueante a través del desierto. Había perdido la cuenta de las horas que llevaba en aquel lugar – mi reloj se había parado en las 5:36, posiblemente cuando esperaba en la parada – pero calculaba que eran demasiadas como para que el sol siguiera azotándome desde lo alto sin variar de posición lo más mínimo. Más de una vez desde entonces me arrepentí de haber abandonado aquel destartalado campamento de politoxicómanos, aquellos gatos gordos, y la seguridad absurda de que al menos no estaba sólo, como ahora, en medio de la nada. A mi alrededor el paisaje había ido cambiando gradualmente, desde un páramo reseco azotado por el viento, a un suelo arenoso que formaba dunas de altura creciente. El calor era espantoso, ya no soplaba el viento, y cada paso que daba me costaba más esfuerzo que el anterior. La idea peregrina y aventurada de que me encontraba en un lugar extraño que posiblemente no figurara en los mapas había empezado a perseguirme de forma punzante, tiempo atrás, pero a estas alturas ya se había asentado con total comodidad en aquellas partes de mi cabeza que aún no estaban anegadas por el sudor. Curiosamente, no tuve ninguna crisis de ansiedad, ni me venció el nerviosismo. Todo era tan sumamente increíble que parecía estar sucediéndole a algún otro.
Por desgracia, la sensación de agotamiento y aquellas agujas de punto que tenía clavadas en el costado me constaba que eran mías. Por cierto, ¿hacia donde estaba caminando?
Subí a una de las dunas con gran dificultad, y tras tomar aire, miré a mi alrededor. Estaba en el centro mismo del desierto.
Intermedio:
El gato se estiró sobre el sofá, dio tres vueltas sobre sí mismo, y se tumbó con la panza hacia arriba, y el hombre con pintas de militar retirado, aceptó la invitación que se le ofrecía y le acarició con una de sus enormes manos. Marcó una de las páginas y cerró el libro, luego dijo, con su voz grave:
“Pronto, muy pronto ella le encontrará”
Y entonces, resonó en la habitación una risa que no pudo reprimir.
Fin del intermedio.
No se me iba de la cabeza una canción de los Doors. Andaba maquinalmente, sin pensar hacia dónde iba, en lo que hacía, o donde estaba, solo tarareando en mi mente aquella monótona melodía. Ya no sentía fatiga, no era consciente de mis brazos, piernas, estómago, cabeza… era como si hubiese trascendido mi cuerpo, y ahora sólo fuese un espíritu que erraba por entre aquellas montañas de arena y polvo, deslizándome lentamente.
This is the end…
My only friend, the end…
No sabría decir cuánto tiempo pasó. Seguí andando, bajo aquel sol que no tenía ni idea de lo que era ponerse y dejar paso a la luna. Fijado encima de mi, me dio por pensar que no era un sol de verdad, que lo que estaba pisando no era un desierto de verdad, y que ni yo mismo me podía considerar una persona de verdad. Un pensamiento que levitaba sin rumbo. Un pedazo de seda, frágil, casi transparente, mecido por una brisa que tampoco existía. Caí al suelo una vez, y me levanté, con la arena pegada por todo el cuerpo. Dí otros dos pasos, volví a caer, con la canción a punto de morir en mis labios y la consciencia preparándose para saltar de mi mente.
Father?
Yes, son
I want to kill you
Mother?
I want to…
(continuará)