Vidas Secretas
Bartolo, cuyo nombre verdadero no voy a desvelar aquí, es amigo mío desde que estábamos en el parvulario. Puede que esto no sea nada trascendental, pensareis, pero claro, me falta añadir un detalle bastante importante: Bartolo es el Capitán Imposible, el famoso superhéroe. El mismo que se ha encargado de salvar nuestro universo las últimas tres veces (supongo que todos recordareis con una sonrisa aquella ocasión en la que los tiránicos Lores Hpgurnianos pretendieron modificar las órbitas de todos los planetas de nuestro sistema solar para que colisionaran entre sí. El Capitán Imposible les mandó a las prisiones de la pentadimensión de una buena patada en el culo.)
Pues bueno, Bartolo, al margen de su fascinante trabajo, lleva una vida bastante normal. Puede que incluso algo aburrida. No sé si os imaginareis los problemas de tener una identidad secreta, pero uno de los más importantes a mi parecer es el obsesivo ansia de “normalidad” que puede llegar a desarrollar. Me lo contó hace tiempo, después de volver de la nega-realidad en la que había estado aprisionado un año. Me dijo que después de luchar contra seres informes del espacio ulterior, de sobrevolar planetas a años luz del nuestro y de defender el prisma de las realidades de los ataques de la flota imperial Kolhj, lo que más le apetecía era llegar a su apartamento, ponerse el pijama y tragarse dosis masivas de anuncios en la tele. Si conocierais a Bartolo cuando es él mismo os asombraríais de lo que es capaz de hacer por algo de rutina. Sí, puede parecer extraño, y de hecho lo es. Pero en una vida como la suya lo difícil es encontrar regularidad. Todo son ataques lumínicos, destrucción a gran escala y exclamaciones del tipo de: “¡Al Cruzado De Wolframio no se le derrota fácilmente!”. Os lo podeis imaginar...
Bartolo no nació en este planeta. Volved a leer la frase anterior. Si no lo habeis asimilado, volvedlo a hacer. Bien.
Bartolo nació en un lejano sistema, y cuando digo lejano no me refiero a la distancia que hay de nuestro planeta a, por ejemplo, la galaxia de Artemisa o algo así. Eso son naderías. Me refiero a algo lejano de verdad. En el planeta Pharyl.
El planeta Pharyl, cuyo nombre verdadero tampoco es este, (no puedo revelar esos detalles. Imaginad que algún archienemigo de Bartolo leyera esto), consta en las guias estelares como un orbe magnífico y lleno de vida. Es muy parecido a nuestro planeta, y de una diversidad monumental. Los seres que gobiernan allí pertenecen a la misma raza que Bartolo, es decir, seres con apariencia básicamente humana. Pero por mucho que se parezcan a nosotros no son humanos, los humanos no podemos volar, ni levantar toneladas de peso, ni desgarrar el tejido del cosmos. Son, a falta de una palabra mejor, la hostia. O mejor dicho, eran la hostia, ya que hace tiempo que el planeta Pharyll y todos sus habitantes dejaron de existir. Algo relacionado con chocar contra el segundo satélite, creo.
Bartolo fue uno de los pocos afortunados que pudieron escapar de allí con vida. Su familia le envió hacia nuestro planeta en una capsula espacial cuando solo contaba con dos años de edad (calendario terrestre), debido a las similitudes atmoféricas y ambientales entre Pharyll y la Tierra. Aquí podría tener una oportunidad, no como los cuarenta mil millones de pharyallianos que sucumbieron en la hecatombe, ni como los seis estúpidos pharyallianos que se equivocaron de dirección y fueron a parar a aquel agujero negro.
Bartolo fue acogido nada más llegar. Tuvo suerte, sí, y la familia de lesbianas sexagenarias que le ofreció un cálido hogar también. Tuvo una infancia agradable. No era consciente de su origen, y sus madres nunca le contaron nada, ya que no lo creyeron necesario y temían que dicha información resultara perjudicial para su infantil mente. Así pues, se crió como un niño perfectamente normal en una familia de lesbianas sexagenarias. Sus superpoderes estaban en estado latente, no se manifestarían hasta la adolescencia.
Conocí a Bartolo a los seis años de su llegada a la Tierra. Y me di cuenta de que no era como los demás niños de la clase de párvulos. Cuando nos poníamos a jugar con plastilina, Bartolo siempre hacía lo mismo: construía una gran torre de plastilina, y en lo alto de ésta, un gran cañón apuntando al cielo. Cuando le preguntaba qué demonios era lo que había construido, él decía simplemente: “un cañón para salvarnos a todos” y cuando le preguntaba el porqué, se limitaba a mirarme con gesto distraido y decía: “aún no lo sé...” Solía darme escalofríos.
Pasó el tiempo y me convertí en el mejor amigo de Bartolo y en su compañero de juegos. Su juego favorito era “buenos y malos”, que consistía en que él hacía de super-héroe y yo de su malvado archienemigo, y luchábamos entre nosotros para decidir el destino de la humanidad. Supongo que de ahí le vino la vocación más tarde. También de ahí sacó lo que más tarde convertiría en su grito de combate: “¡Allá donde el mal aparezca para someter a los débiles, un rayo de luz surgirá y atravesará los negros corazones de aquellos que se dedican a cometer fechorías, porque el poder del bien es supremo y con él seré capaz de vencer a cualquier enemigo...” Bueno, en realidad este no es su actual grito de guerra. Tuvo que acortarlo bastante, ya que tras su último enfrentamiento con el Profesor Korkavian y sus Poderosos Perros Atómicos, a éste le dio tiempo a recargar su cañón de rayos magnéticos un par de veces al menos mientras Bartolo soltaba su discursito. La versión moderna es: “¡ Superdonut!”, que en realidad no tiene nada que ver con el anterior grito de combate.
Pasó el tiempo, y no supe nada de Bartolo durante mucho tiempo, al haber sido ingresado en una escuela diferente a la mía, subvencionada con los fondos de la agrupación cultural “Madres Lesbianas”. Yo, al permanecer en una escuela pública, tuve una infancia mucho más gris y ordinaria que la suya. O al menos eso supongo.
Pero la casualidad hizo que volviéramos a coincidir en el instituto. Allí me sorprendió mucho la forma en que había cambiado el pequeño Bartolo. Ahora era un débil y torpe muchacho, bastante patético que andaba como si fuera una sombra de sí mismo por los concurridos pasillos. Siempre iba cargado de libros, con unas horribles gafas el doble de grandes que su rostro y era el objetivo frecuente de las burlas del equipo de futbol americano al completo. En especial de Dan Rosenblum, el capitán de los “Leones de Junior High”, que parecía tenerle una especial tirria. Lo que ninguno de nosotros sabíamos era que Bartolo, ya plenamente consciente de sus superpoderes y de su lugar en el mundo, había desarrollado esa tapadera. Se hacía pasar por un joven tímido y miedoso para evitar que le asociaran con el nuevo superhéroe que acababa de empezar a repartir justicia por los barrios bajos, el increíble “Grumete Fúcsia” (que fue la primera identidad que adoptó Bartolo. Tras su madurez en el terreno superheroico, decidió adoptar su nombre actual y vestir con colores apagados en beneficio de sus misiones encubiertas)
Lo que tampoco sabía nadie era que el mismo Dan Rosenblum (que dicho sea de paso, es un nombre bastante inventado para proteger la identidad de terceros) acabaría por convertirse también en uno de los mayores enemigos de Bartolo en su faceta superhumana, al transmutarse en la amenaza conocida como “El Engendro” tras entrar en una habitación recién pintada con el elemento J-67, cosa que acabó por deformarle física y mentalmente. Con una pinta como la suya, era de esperar que se pasara al terreno de los supervillanos... ¡Pero ahora no es el momento de contar su historia!
Retomé la amistad con Bartolo en el instituto, y me dediqué a defenderle de muchos de los ataques que sufría por parte de los demás (aunque esos insultos y agresiones en realidad le importaban muy poco, apreciaba que yo intentara ayudarle) Fue por esa época cuando descubrí la identidad secreta de Bartolo.
Nos encontrábamos solos, estudiando para los exámenes finales en la biblioteca del instituto, y fue ese el lugar que escogieron “La Comitiva Del Mal” y los “Jóvenes Gladiadores Del Mañana” para tener uno de esos enfrentamientos que suelen tener cada pocas semanas y que siempre acaban con edificios derruidos, coches destrozados, y tuberías expulsando agua por todos lados en el mejor de los casos.
Ante mí tuvo lugar una transformación sorprendente. El escuálido Bartolo se incorporó con gran decisión e hizo chocar sus puños al tiempo que pronunciaba la palabra del poder: “FROREIFOS” y un relámpago azulado surgió de su cuerpo. Cuando pude abrir de nuevo los ojos, Bartolo ya no estaba, en su lugar estaba el Capitán Imposible, adalid de la justicia. Por cierto, Froreifos es una palabra totalmente inútil para nosotros, los humanos, así que no os servirá de nada gritarla mientras saltais por la ventana de un octavo piso con los brazos extendidos.
Bartolo / Capitán Imposible se unió a la pelea y logró apartar a los superhumanos de las zonas habitadas de la ciudad, evitando de esa manera unos daños colaterales que podrían haber sido muy graves. Solo una persona resultó herida en el enfrentamiento: el brillante genio de la química Steven Stitt, que sufrió los efectos de un derrumbamiento mientras se encontraba ocupado en su laboratorio subterráneo, realizando experimentos con acido clorhídrico, galletas integrales y pañales usados. Lo más dañado de su integridad fue su psique, pues desde ese momento juró vengarse de todos los seres con mallas del universo y se dio a conocer como: “El Vengador Envuelto En Kevlar”. Sus bombas tóxicas son letales.
Pero no nos desviemos de la historia principal.
Un poco más tarde de eso, Bartolo fue tomando conciencia de su lugar en el cosmos, y ansiando conocer su herencia oculta. Cuando cumplió 18 años, se prometió descubrir si habia más habitantes de su planeta natal, o si habian acabado todos hundidos en el vacio.
Por increíble que parezca, encontró a un habitante de su planeta natal, que a ojos humanos podría pasar por un perro callejero terrestre, pero que en realidad era un perro callejero pharylliano. Es decir, un perro capaz de hacer más cosas que su homónimo terrestre. Por ejemplo, de hablar. Sí, habeis acertado, me estoy refiriendo al Perro Imposible, compañero fiel de Bartolo durante todos estos años, y protagonista de su propio comic. Bartolo tuvo la suerte de encontrarlo actuando en un circo rumano, pero la historia de cómo llegó hasta allí es aún desconocida. El Perro Imposible tiene un bloqueo cerebral que le impide recordar asuntos de su pasado. Puede que eso sea lo que le ha convertido en el activo promotor de la lucha contra el alzheimer que es hoy día. Todos estamos orgullosos de él.
(continuará, o no)