sábado, diciembre 24, 2005

Pelo Mojado

Hace mucho tiempo que no voy al mar.

No hace tanto tiempo, cuando apretaba mis manos, podía sentir como la arena resbalaba entre mis dedos. Escuchaba con atención, en el silencio, y era capaz de oir las olas removiendo las piedras del fondo. Llenaba de aire mis pulmones y el aroma de las algas muertas y de la sal me envolvía como una manta.

Vivía sólo entonces, en una playa arisca, bronca, azotada por el viento. La constante violencia de la marejada hacía que el agua tomara un color grisáceo bajo las capas de espuma. La crujiente alfombra de algas, formando estratos, se secaba al sol a lo largo de una extensión de decenas de metros hacia el interior. No era un sitio amable con la gente y por eso por allí nunca venía nadie.

Pero un día, alguien vino acompañando a la marea.

Su piel cuarteada había perdido todo el color, y su cuerpo desnudo aparecía poblado de diminutas heridas. Desprendía un olor intenso, pero no era desagradable, era un aroma dulce que no me disgustó. Era el primer muerto que veía.

Le arrastré hasta mi refugio, donde nos podríamos guarecer a salvo del viento y del frío, y donde su cuerpo no sería picoteado por las gaviotas. No sé porqué, pero no se me pasó por la cabeza la idea de enterrarle en ningún momento. Me gustaba tener a alguien a mi lado, haciéndome compañía, aunque no hablara. Yo tampoco hablo mucho.

Qué puedo decir de aquellos días. Fueron inolvidables.

Un mes despues nos encontraron. A él le metieron en una bolsa negra y a mi se me llevaron aquí. Es una habitación pequeña, blanca, estéril. Tengo una ventana con barrotes desde la que se ven bloques de edificios grises. No me gusta este sitio.

Ojalá pudiera volver al mar.



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