El Club de los Cinco
Vamos, que aparte de estar enclaustrado durante mi último mes aquí, no hago otra cosa que pelearme con redes neuronales y con cualquiera que tenga pinta de viajante de comercio. Eso sí, como concesión a mí mismo, me obligo a ver una pelicula al día, para no perder el vínculo con cierta parte de la realidad, y para hacer menguar poco a poco las carretillas de dvds que he ido amontonando a lo largo del curso.
El sistema que sigo, día a día, para elegir qué película ver se forma en base a ciertos criterios, cada uno de ellos con pesos variables y aleatorios, siendo uno de los cuales, por ejemplo, que salgan vampiras o monstruos destruyendo Tokio.
Como se puede apreciar en base a confesiones como ésta, éste es el único blog del mundo donde no se intenta convencer de lo interesante que es la vida del autor, sino de todo lo contrario.
Ayer vi "El Club de los Cinco", de John Hughes, una pelicula que recordaba haber visto de pequeño en una de esas sesiones dobles del sabado por la noche en la primera. Y recordaba que me había gustado en su momento la idea básica: cinco estudiantes de instituto son castigados a pasar un sábado encerrados en el aula por motivos diversos. Son un empollón, una pija, un deportista, un gamberro y una medio loca. Parece el elenco de Maniac Mansion, pero no. Tras unos comienzos algo conflictivos, éstos empiezan a conocerse y a contarse sus dramas, y acaban haciendo buenas migas y todo.
Recordaba, como decía antes, que me había gustado cuando la vi con once o doce años, siendo como es, una pelicula que reafirma lo molona que es la adolescencia y lo carrozas que son los profesores y los padres. Pero hoy día, con los huevos negros, la lectura que puedo hacer de esta película es la siguiente, básicamente:
1.- De hostias les daba a todos.
2.- Vaya puta mierda de pintas llevaban en los ochenta.
3.- Emilio Estevez es un organismo artificial hecho de plástico y fibra de vidrio. Al menos actúa como tal.
4.- Molly Ringwald da morbillo, aunque esté más pálida que las tetas de una monja.
5.- Esta chula la canción de los Simple Minds. Dios mío, qué he dicho.
El ver esta pelicula me hace cuestionarme si debo ser de esos que envejecen mal, que pierden la ilusión por las cosas que le gustaban de niños (bueno, aunque todavía me sigue gustando cagar con el culo pegado a la pared para dejar estampado un buen fiordo noruego), o si simplemente es que uno va adquiriendo criterio con la edad. Va a ser lo primero, porque a día de hoy sigo pensando que el disco de canciones que sacó Barragán tiene su gracia y que la caspa da clase y presencia.
Hadios hamigos.
2 comentarios:
Oye, en serio, ¿tu blog permite comentarios? ¿Los borras endespués? ¡Porque yo escribo aquí y luego no sale ná!
Yo también vi esa peli de infante, y gustome, y ya siendo persona adulta, y pensé lo mismo de las pintas. Pero chico, eran los ochenta, caray, piensa en los Maiden con las mallas, en James Hetfield con la cara llena de granos, en el hair metal... fue una época costrosa, y dentro de lo que fue, esa peli resulta hasta sobria.
Y la idea, bueno, cuando uno crece empieza a ver algo más lejos, por eso de que su altura aumenta y el horizonte se amplía al ver desde más arriba, y de pronto la idea del grupito de adolescentes, cada uno de una clase distinta, que al final terminan superando sus diferencias para hacerse superamigos pues suelta un tufillo raro.
Yo la peli que me marcó de crío y que quiero volver a ver es Amanecer Rojo, ¿esa no la tendrás en deuvedé, no?
Un fiordo es un lago. No sé cómo puedes dejar estampado un lago.
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