What makes a man?
Is it the power in his hands?
Or is it his quest for glory?
Para Irene (*****)
I¿Qué podía hacer yo sino ir? La tarde se planteaba amenazante, sentado en aquel sofá en el que me hundía hasta casi tocarme el pecho con las rodillas, bajo la hostil mirada de aquel ser barbudo con un aspecto que recordaba vagamente y al mismo tiempo la figura de algún antiguo dios polinesio y/o la de un militar retirado, que se empeñaba en ametrallarme a preguntas. Y para colmo de males, la situación se veía aderezada con la presencia intimidante de un horrible e hinchado gato que en nada tenía que envidiar al de Poe.
-Bueno ¿Y cómo va lo del trabajo? ¿Te han llamado ya?,- me preguntó levantando un ojo enrojecido por encima de su libro: “Napoleon meets Montgomery” de un tal V. Lukhashev.
Buena pregunta, me dije. La respuesta lógica y correcta era un 'no', rotundo, directo, pero esa era justo la respuesta que menos apetecible me parecía, ya que me hacía sentir exactamente como un fracasado, por muy ajustado a la realidad que eso fuera. Decidí camuflar el asunto con alguna explicación al uso.
- Sí. Me han llamado, pero por lo visto no les quedan vacantes ahora, así que tendré que esperar un poco. Así mejor, me queda más tiempo para repasar un par de asignaturas.
- Ya, ¿y cuantas te habían quedado? ¿Seis?
- Siete,- dije, y solté una risita nerviosa que sonó a bufido, y de la que me arrepentí en el mismo instante en el que escapaba de mi boca. Aunque no fue para tanto, después de dedicarme un breve gesto, apenas perceptible, que interpreté como de desagrado, volvió a la lectura, como si yo no existiese. Noté como me hundía paulatinamente unos cuantos centímetros más en aquel sofá azul y al momento, un repulsivo sobeteo áspero me sobresaltó. Descubrí al cabrón del gato rozándose contra mi brazo y esbozando una mirada de inteligencia maligna. Alarmado, intenté separarlo de mí mediante una sutil presión de mi dedo sobre su costillar, pero el bastardo soltó un maullido lastimero. El militar abandonó su máscara de apatía a favor de un gesto de sorpresa y dejó su libro en la mesa.
- ¿Eh? ¿Qué ha pasado?
- Je, nada, el gato, que se me ha echado encima y lo he apartado un...,- empecé, aunque no terminé, porque cuando me quise dar cuenta, el militar ya tenía al gato en sus brazos.
-Chiquitín, bonito, ¿qué te ha pasado? ¿Te han hecho daño?,- me interrumpió el militar alzando al odioso felino en sus brazos, llenándole de besos y haciéndole carantoñas.
Sentí la necesidad de quitarme de en medio. Sin reparar en brusquedades, me escurrí del asiento y me fui a la habitación de *****, donde procedí a mirarme frente al espejo mientras me golpeaba iterativamente la cabeza con los puños. Cuando empecé a notar el dolor, lo dejé, y decidí que había llegado el momento de salir de casa.
-Bueno,- dije al volver al salón.- Me parece que voy a salir a que me de el aire un poco, y de paso me acerco a recoger a su hija al trabajo.
Juraría que cuando me miró hubo un destello de maldad en su mirada, pero no duró una milésima de segundo. Casi instantáneamente sus facciones se relajaron y me despidió con parquedad manifiesta. El gato estaba lanzándome bufidos desde su regazo.
-¿Sabes cual es tu autobús, no?- me preguntó, repentinamente, con excesiva amabilidad, cuando ya estaba abriendo la puerta.
- Pues...
Pareció pensárselo.
- El 166, bájate en la última,- dijo. Sentado en aquel sillón, con su rictus torcido, y acariciando al gato que yacía sobre su regazo, era la mismísima imagen de Mefistófeles.
- Muy bien, ¡hasta luego!,- dije cerrando. Entonces me pareció oír un siseo inquietante en el mismo límite de la audición… ¿qué sería?
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