Una mala tarde la tiene cualquiera (1)
Todo había comenzado con una imagen: Una noche. Un bosque. Una carretera que lo cruzaba, y junto a ella un coche averiado. La única luz era la que provenía de la luna, velada por las nubes. La tormenta, en forma de lluvia y de viento, amenazaba con llevarse todo el lugar muy lejos.
La imagen había surgido en mi cabeza sin avisar, y de pronto estaba sentado, tecleando como loco e intentando plasmar la visión. Primero fue el color. La noche carecía de tonos. Todo era como una película antigua. Después vino la lluvia, que caía casi de costado, mezclada con un viento que cortaba la piel. El coche a un lado de la carretera, era una sombra negra y metálica, formando casi parte del bosque. La carretera era un sendero que se perdía a pocos metros, y detrás no había nada, solo tinieblas. Los árboles se doblaban violentamente bajo la fuerza descomunal de la tormenta. Todo aquello era lo que había imaginado, pero faltaba algo.
Fue entonces cuando me imaginé a mi mismo en la escena. Ocurrió lo impensable. De pronto me abandonó el calor y la seguridad que había tenido segundos antes. Mis ojos se encontraron ciegos y aturdidos. El crujido inmenso de ramas rompiéndose me desbordó los oídos. Sentí punzadas de dolor, como si diminutos alfileres se me estuvieran clavando a la vez, y descubrí que lo que me agujereaba la piel era la lluvia. Caí de bruces al suelo. Mis ojos se habituaron a la poca luz. Y allí estaba, junto al coche, completamente perdido.
[continuará]
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